Progreso, en peligro

En México cada vez se lee menos y, en consecuencia, la tendencia es seguir siendo uno de los países más atrasados en materia educativa y por lo tanto nos alejamos del progreso.

De 108 naciones de la UNESCO, ocupamos el penúltimo lugar en el índice de lectura, ya que sólo existe una librería por cada 200,000 habitantes, según la Encuesta Nacional de Lectura 2012. Ésta arroja también que los mexicanos leemos 2.8 libros al año, y sólo 2% de la población tiene como hábito permanente la lectura; en contraste, en países como España se lee 7.5 libros y en Alemania, 12, cada año per cápita.

Si a esto añadimos que México destina 83% de su presupuesto para educación al pago de salarios de profesores, un porcentaje insignificante se gasta en nuevas tecnologías, investigación y modernización del sistema educativo.

En contraste, 41% de la población dedica su tiempo libre a ver televisión y la Encuesta Nacional de Lectura advierte que menos de 12% se dedica a leer.

El año pasado, en el #DíaInternacionalDelLibro, los senadores advirtieron también que la lectura de la población general en México disminuyó de 54.6% en el 2006 a 46% en el 2012, es decir, menos de la mitad de la población lee y 40% “nunca ha entrado a una librería”.

Sin lectura no hay futuro

Las cifras son contundentes y el gobierno federal necesita poner atención con seriedad en la nula preocupación de la población por la lectura y en la necesidad de implementar políticas públicas para fomentar el hábito de leer y hacerlo con calidad, como principio básico de libertad, equidad y progreso.

La Secretaría de Educación Púbica, a cargo de Emilio Chuayffet, tiene que profundizar, con seriedad, en la elaboración de un diagnóstico de la educación en México, para ubicarlo como un tema inaplazable en la agenda nacional.

La Encuesta Nacional de Lectura 2012, elaborada por la Fundación Mexicana para el Fomento de la Lectura AC, también revela que 86% de los hogares mexicanos no supera los 30 libros no escolares y solo 2% de la población tiene más de 100 libros. Para la mayoría, leer no es placentero, es una obligación académica.

Por todo eso se requiere una campaña intensa y permanente de fomento a la lectura, para atender más a la calidad que a la cantidad y poner en marcha un sistema ad hoc a las graves carencias y necesidades actuales. Capaz de recuperar el disfrute de la lectura, en oposición al inframundo vertiginoso de lo visual, distractor y anodino de la TV y del ocio digital. Que pondere el pensamiento analítico sobre la moda tecnológica y que promueva la lectura.

Incluso los legisladores tienen que ir a fondo en el tema educativo y asesorarse para proponer una verdadera reforma educativa de cara al reto de leer más en la era digital para ser más libres.

Si el Estado no es capaz de fomentar el hábito de la lectura en sus gobernados, será culpable de propiciar desigualdad, injusticia, incompetencia y atraso social.