Brasil 2014 confirma la regla. Desde hace tiempo, y en forma cada vez más recurrente, los eventos deportivos internacionales, específicamente el Mundial de Futbol, traspasan el ámbito de la cancha y se aventuran a la conquista de los más diversos entornos del planeta. Pero los miles de millones de dólares en infraestructura, patrocinios, publicidad y derechos de transmisión han pasado a segundo plano, cediendo su lugar al enorme poder social y político que concentran tales encuentros mundialistas, hoy en plena efervescencia y cuestionamiento.
Mientras un solo balón sobre una cancha concentra la atención de gran parte del mundo, afuera de los estadios las huelgas se apagan, los políticos adoptan ideales en común, los presidentes se ponen la camiseta, las agendas legislativas se alteran, nacen nuevos héroes y las diferencias se miran tenues; todo en el nombre del futbol.
No han sido pocos los líderes y mandatarios que se han percatado de esta fuerza y la han capitalizado como aliada. Lo hizo Nelson Mandela con el Mundial de Rugby de 1995 en Sudáfrica. Viendo en este deporte el mejor, quizá el único, camino para unir a su nación, consiguió un histórico triunfo contra el apartheid, de la mano de François Pienaar, capitán del equipo Springboks, símbolo del poderío blanco. Un año después, el futbol soccer fue el arma más eficaz del célebre futbolista de Costa de Marfil, Didier Drogba, quien, amparado por la calificación del equipo nacional a la Copa Mundial de ese año, consiguió un cese al fuego en la guerra civil de su país que ya cumplía un lustro.
UN JUEGO MUY SERIO
El Mundial 2014 reconfirma el poder absoluto del futbol. Al silbatazo inicial, se olvidaron, o al menos se desvanecieron temporalmente, las huelgas y protestas callejeras que desquiciaban ciudades y amenazaban al Brasil de Dilma Rousseff. También quedó atrás la indignación de celebrar el Mundial más caro de la historia en ese país de severas carencias económicas. Durante la primera ronda del evento, España no logra despejar la duda de cuál fue la abdicación más dolorosa, la de la furia roja o la del rey Juan Carlos.
México participa del influjo mundialista. Gobernantes, congresistas, empresarios y líderes de opinión expresan constantemente su respaldo a la selección tricolor. Previo al Mundial, legisladores denunciaron que el futbol sería un distractor para las importantes discusiones de las leyes secundarias en energía y telecomunicaciones; sin embargo, poco o nada se ha dicho desde que la contienda deportiva mantiene al equipo mexicano en juego. El martes pasado, antes de que la selección se enfrentara con Brasil, el presidente Enrique Peña Nieto tuiteó que éste es el momento de México, “un corazón, un solo equipo”, frase que tiene tanto valor emotivo como político. Del resultado contra Croacia dependerán enormes consecuencias.
Por su poder de cohesión y capacidad de movilizar millones de emociones y conciencias, el futbol es, más que un juego, un escenario para la gobernanza. ¿Se le exigirá a la clase política con la misma pasión e intensidad que a la selección nacional?