En aras de provechos egoístas hemos olvidado nuestra misión con el prójimo y el planeta. Creamos infinitas carreteras de información, innumerables redes sociales y bases de datos sorprendentes, pero aún no logramos comunicarnos con efectividad, ni practicamos la empatía y todo indica que, al menos como raza humana, no somos felices.
Recientemente el reconocido consultor político independiente, Simon Anholt, famoso por su índice de Marca-País, dio a conocer un interesante parámetro: el Índice del Buen País, que mide la efectiva aportación de cada nación a la humanidad. Años de trabajo con su colega, el Dr. Robert Govers, lo llevaron a descubrir que Irlanda es el país “más bueno” del mundo; al menos aquel que, en términos per cápita y por cada dólar del Producto Interno Bruto, realiza la mayor contribución global.
Finlandia casi lo iguala, y de cerca lo siguen varios países de Europa occidental y Nueva Zelanda. Ciertamente son países con riquezas, pero Irlanda, envuelta en una recesión económica, y Kenia, incrustada en el top 30 del Índice, demuestran que el dinero no compra la bondad. Y para mejor comprensión, habría que agregar que Alemania ocupa el lugar número 13 y Estados Unidos, el 21.
¿Dónde quedó México? Como en otros terrenos: muy retrasado. Su sitio 60 no habla de una gran contribución. Sería un consuelo compararnos con la posición 95 de Rusia o la 107 de China, quienes se han concentrado sólo en construir su propia casa sin reparar en el vecino ni en el vecindario. Incomprensible que nuestro país, con los recursos que posee, colabore de una manera tan modesta.
Anholt dice que cada noche todos los seres humanos deberíamos dar gracias porque Irlanda existe y, yo agregaría, también una disculpa por las omisiones mexicanas.
La contribución al mundo es una cuestión de actitud y voluntad, de una conciencia que trasciende ambiciones económicas, políticas o militares, sobre todo en una etapa políticamente convulsa, económicamente inestable y la de mayor devastación ecológica de la historia. Es un asunto de total sentido común. Como dijera el poeta maya Jorge Cocom Pech: “El que quiera disfrutar el canto de los pájaros no necesita construir jaulas, sino sembrar árboles”.
SALARIO MÍNIMO, DEBATE MÁXIMO
Un tema que quizá no haga completamente felices a los mexicanos, pero sí podría darles un alivio, es el incremento o ajuste programático del salario mínimo, cuyo debate convocó el jefe de Gobierno de la ciudad de México y remató el PAN. La sola sugerencia encendió el debate. Aunque nadie puede desconocer el terrible deterioro del poder adquisitivo, varias voces empresariales y gubernamentales advierten los graves efectos inflacionarios y los riesgos electoreros que un incremento por decreto puede ocasionar.
Mientras tanto, menuda situación padecen los bolsillos nacionales. Por un lado, la reforma fiscal -que algún día tendrá que dar marcha atrás- y, por el otro, el tan mentado salario mínimo que nadie quiere ajustar.
Así, México continuará como rehén de la falta de voluntad para asumir el costo político, ese costoso enemigo de la productividad y competitividad.