La red de la democracia estaba originalmente bien tejida. Al menos en su diseño lucía casi perfecta, porque ligaba la voluntad ciudadana con el poder público. Desde la Constitución de 1857 y después en la de 1917, quedó consagrado el anhelo del pueblo mexicano de constituirse en una república representativa democrática (Artículo 40). La Constitución vigente establece (en su extenso Artículo 41) que los partidos políticos tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática, contribuir a la integración de los órganos de representación política y, como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público.
Todos los partidos políticos incumplen flagrantemente lo anterior y hacen letra muerta a la Constitución.
Hoy, los partidos no son organizaciones de ciudadanos sino de políticos aferrados al poder, de políticos que han abandonado las causas ciudadanas. El entramado de la democracia está roto en la representación partidista, en uno de esos puntos clave que en arquitectura equivaldría a un “muro de carga” por su función estructural.
La soberanía popular a través del voto no es el problema, sino las vías para ejercerla, específicamente los partidos políticos, todos sin credibilidad y sin capacidad representativa. La partidocracia mexicana es mera forma sin sustancia, a pesar de los lineamientos para la postulación de candidatos, la cuota de género y la fiscalización en el uso de recursos.
La Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales abrió otras puertas de representación con novedosas, pero muy inviables, reglas sobre los procesos electorales y el reconocimiento de candidaturas independientes. Fue la reacción natural a una evidente tendencia manifestada por la irreversible apatía ciudadana ante los partidos, donde el fracaso representativo sería suficiente para cerrarles el paso y desaparecerlos.
Cada vez más los ciudadanos ven con mejores ojos a candidatos independientes, sin ese lastre partidista, y apoyan causas precisamente ciudadanas a través de organizaciones sociales, brindándoles la lealtad que tradicionalmente obsequiaban a los partidos políticos.
Hoy, la decisión es muy personal: una misma persona puede dar su voto a diferentes partidos en una misma elección o a ninguno.
ULTIMATÚM
Basta una mirada para encontrar datos reveladores de la quiebra partidista, entre ellos el reciente llamado a los mexicanos, de la escritora Elena Poniatowska, para hacerse cada quien cargo de su destino “por encima de los partidos políticos”. Llamado que se une a muchos otros para prestar atención a la creciente promoción del voto nulo o al apoyo que reciben candidatos independientes como Jaime Rodríguez El Bronco, quien busca la gubernatura de Nuevo León.
Sin fidelidad garantizada, sin voto duro, sin voto corporativo y con opciones nuevas, las próximas elecciones serán el inicio de la debacle de los otrora hegemónicos partidos, convertidos hoy en rechazados del fallo popular. Pese a su desgaste, los partidos no deben estar condenados a desaparecer sino a cumplir su misión constitucional. ¿Cómo promover o lograr que retomen su misión democrática representativa? ¿Cómo hacer para que reconozcan sus omisiones y errores a fin de retomar su razón de existir? La esperanza muere.
Leyes para tu bien.