Las pasadas elecciones estatales en México engendraron extrañas alianzas que dominaron la oferta partidista, pero la pregunta obligada es: ¿sabe usted dónde quedó su voto? PAN o PRD, PRI o Verde, PAN o PT, derecha o izquierda, centro o centroderecha, derecha o izquierda arcaica, etcétera. Las respuestas son ambiguas, impersonales e imprecisas, resultado de la peor opacidad nacional.

Históricamente los partidos políticos habían venido sido agentes fundamentales para justificar la democracia por su papel para articular intereses de la sociedad y representarlos en contiendas políticas. La definición de sus ideologías, estatutos, principios y programas eran los cimientos de su estructura; honrarlos con congruencia era su lucha electoral. Asumir posturas era parte esencial de todo partido; sus ideales eran la activación de la brújula para sus estrategias y activismo político.

Sin embargo, hoy todo es diferente y negociable; sólo se trata de ganar votos y posiciones de gobierno. Los políticos mexicanos son alienistas, alquimistas, magos e ilusionistas al hacer del agua y del aceite una misma cosa. En su obsesiva lucha por el poder, sus ansias de reconocimiento y sus ilimitadas ambiciones por el dinero, todo lo justifican, se valen de todo, incluso de antiideologías, esquizofrenia y desprestigio total.

La política mexicana ha perdido el rumbo, se ha vuelto insensible ante lo social. Su alexitimia no tiene cura; es evidente su incapacidad para expresar emociones sinceras: son incapaces de identificar lo que sienten, entenderlo o describirlo. Los partidos y sus líderes han extraviado su sentido jurídico y social, y no son garantes de democracia alguna.

Según el Artículo 41 constitucional, los partidos políticos en México son entidades de interés público que promueven la participación, la integración de la representación nacional y el acceso de los ciudadanos al poder público “de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan…” Pero ¿qué pasa entonces con las ilógicas coaliciones, alianzas y pactos que mezclan el agua de un partido con el aceite del otro, a costa de triunfalismos electorales?

¿Ya quedó atrás aquella frase de que “la democracia es el arte de buscar —a cualquier costo— el apoyo popular a una decisión ya tomada”?

Hoy los partidos políticos no representan nada sustancial. Por su obsesión de ganar votos se desnaturalizan con la intención de confundir y engañar a los ciudadanos. Tras una larga cadena de incumplimientos, burlas y grandes desilusiones, los honestos ciudadanos ya no creen en estas organizaciones políticas huecas. Cada vez más el enojo, la indiferencia, el rechazo y el hartazgo serán las marcas en las boletas electorales.

Ave fénix

El tramo para la elección presidencial del 2018 es una oportunidad imperdible para la autocrítica de la propia incompetencia, retomar posturas, revalorar el mandato ciudadano y rechazar la tentación del triunfalismo a medias. ¿Quién será el político que, como el ave fénix, haga resurgir el sistema de partidos de entre las cenizas del desgaste en que se encuentra?

Es momento de retomar la función trascendente del oficio político, superar inteligentemente las oposiciones y abrir progreso de la conciencia nacional que permita alentar una vibrante resonancia en pro del renovado nacionalismo mexicano.