Un peso en pronunciada caída frente al dólar (15% en lo que va del año)… Un Estado percibido como ineficiente y corrupto –así lo acaba de describir el exrector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente-… Un Presidente con niveles históricos de impopularidad… Cerca de 27 mil mexicanos desaparecidos… Devastación ambiental que agrava desastres naturales…. Una ola de violencia que está dejado más muertos que las peores guerras de Oriente Medio… Reformas que se topan con muros (y con la CNTE)… Impunidad y delincuencia absoluta… Empresas y empresarios sin opciones de crecimiento… Redes sociales que con datos -ciertos y falsos- construyen y destruyen en segundos… Inseguridad nacional… Expansión urbana desorganizada… Más de 55 millones de pobres (Coneval, 2014) y una pérdida de 79.11% en el poder adquisitivo de 1987 a 2016 (Centro de Análisis Multidisciplinario, UNAM, 2016)… Parte de la radiografía de México en severa crisis.
Siguiendo al filósofo y politólogo Norberto Bobbio, la crisis es “un momento de ruptura en el funcionamiento de un sistema, un cambio cualitativo; una vuelta sorpresiva y a veces hasta violenta y no esperada en el modelo normal según el cual se desarrollan las interacciones dentro del sistema”. Las crisis son inherentes a la realidad de personas, organizaciones, países y regiones del mundo, pero lo que en México inquieta son sus alcances, intensidad, duración y graves consecuencias. Preocupa que esa “vuelta” de la que habla Bobbio sea irreversible.
Ya son demasiadas las generaciones de mexicanos que concebimos las crisis económicas, políticas, sociales, culturales, ambientales, emocionales, de injusticia, de salud, de valores, de inseguridad y mediáticas, como necesarias en nuestra cotidianidad. Una tras otra agravándose hasta consolidar una deplorable calidad de vida, acostumbrándonos a la imposible solución.
Es buena señal que en las últimas décadas, el Manejo de Crisis se haya convertido en una tendencia consistente en muchos de esos ámbitos. Con la ejecución adecuada, esta alternativa garantiza resultados y resiliencia, incluso a niveles de supervivencia. Y lo mejor es que la conducción o acompañamiento acertado de una crisis implica también el reto de convertirla en un cambio positivo y oportuno.
El sociólogo Max Weber planteaba que, “cuando el conflicto alcanza límites inaceptables, se desencadena un movimiento transformador que se opone a la sola utilización de procedimientos burocráticos. Pese a su idoneidad para responder a las necesidades cotidianas que se supeditan al cálculo en determinados momentos –especialmente es situaciones de crisis– las sociedades reclaman algo más que el puro control externo de la cotidianidad”. Cierto, los liderazgos requieren superar la irracionalidad burocrática para enfocarse en la búsqueda de soluciones eficientes al servicio de la época.
LÍDERES SIN PENSAMIENTO
Imposible evitar las crisis, pero cruzarse de brazos o manejarlas negligentemente nunca será opción válida. El manejo de crisis exige acciones precisas, englobadas en cuatro principios básicos: prevención-preparación; acción-gestión; recuperación-control de daños y evaluación-cierre de la crisis. Pero no se trata sólo de seguir manuales; lo que urge son liderazgos genuinos y comprometidos que logren alcanzar nuevos equilibrios, reconociendo que el “pensamiento racional siempre precede a la acción eficaz”.