En 2014, Hilario Ramírez, alcalde de San Blas, Nayarit, escandalizó al país al reconocer que había robado poquito. “Nomás le di una rasuradita”, dijo. Al alcalde le bastó con decir que era una broma para conseguir su reelección y buscar hoy una candidatura independiente al gobierno de su estado.
Esta mentalidad de: “si es poquito, se vale”, corrompe y contamina a todos los ámbitos y rincones del país. La frustración también es ambiental. El México biodiverso está devastado, lleno de grandes y pequeños crímenes contra sus ecosistemas: destruye 500 mil hectáreas de bosques cada año y rompe el equilibrio en manglares como en Tajamar, Quintana Roo, ignorando que los ecosistemas son los principales defensores contra el cambio climático.
En las urbes, hay daños irreparables. La Organización Meteorológica Mundial reportó que “el planeta está más contaminado que nunca”, al alcanzar este 2016 niveles récord de concentración de ozono (más de 400 ppm). Los habitantes del Valle de México padecemos la contaminación del aire y el retorno de contingencias ambientales que creíamos superadas.
Según el INEGI, en 2014 el costo de los daños ambientales en México representó el 5.3% del PIB. La degradación ambiental fue estimada en casi 911 mil millones de pesos, aunque el daño al ambiente es incalculable.
Las autoridades ambientales y el Poder Judicial son corresponsables, sin embargo, solo algunos tratan de enfrentar y revertir esta “destrucción de a poquito”. Una buena señal es la sentencia de los magistrados del Séptimo Tribunal Colegiado en Materia Administrativa del Primer Circuito, quiénes negaron un amparo a un particular sancionado por daños al ambiente el cual quiso defenderse con el absurdo argumento de que un proyecto turístico pequeño no puede causar desequilibrio ecológico ni amenazar al ecosistema.
Los magistrados federales, siendo ponente Francisco García Sandoval, no compartieron tal argumento y resolvieron que el desequilibrio ecológico derivado del cambio de uso de suelo no será determinado por la extensión del terreno afectado, sino por el impacto contra el ecosistema y su equilibrio, ya que un hábitat puede ser tan grande como el mar o tan pequeño como el intestino de una termita.
Dicha sentencia, publicada este 14 de octubre, sienta precedente y ojalá marque obligatoriedad general. No es necesario un ecocidio para admitir daños graves al ambiente: hay impacto cuando se rompe el equilibrio del ecosistema, no importa si este es un charco o un océano.
La afectación a una extensión de terreno, cualquiera que sea su dimensión, se traslada a todo el ecosistema, independientemente de si las especies que ahí tienen su hábitat se verán desplazadas o morirán, porque éste no sólo se compone de especies, sino también de materia inerte (suelo, agua y energía solar); de ahí que no puede concluirse que el daño ecológico provocado en una superficie pequeña ocasione un bajo impacto ambiental.
JODER ECOSISTEMAS
Es irrelevante si la destrucción ambiental es masiva con proyectos comerciales o turísticos en Cancún, o construcciones menores en zonas protegidas del arco de Cabo San Lucas; el impacto existe, sea grande o pequeña la superficie afectada, porque se rompe el equilibrio ecológico.
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