La historia nos enseña a los mexicanos que las divisiones nos arrojan al precipicio, pero las coincidencias pueden llevarnos a terrenos muy fértiles. Desde las primeras etapas del México libre, las disputas entre liberales y conservadores detonaron la guerra de reforma y dejaron un país vulnerable a injerencias extranjeras. Posteriormente pagamos altos costos por discordias en la época revolucionaria y posrevolucionaria cuando traiciones, soberbia y asesinatos marcaron la política de entonces.
También recibimos lecciones de los consensos: la independencia consumada cuando Iturbide y Guerrero unieron fuerzas (Acatempan – Plan de Iguala), y la Constitución de 1917, una de las más avanzadas de su tiempo, promulgada gracias a las contribuciones de diputados renovadores, radicales e independientes.
En fechas modernas destacan ejemplos como el Pacto de Solidaridad Económica (1987) impulsado por Miguel de la Madrid con la participación de diversos sectores para salvar a México de una catástrofe económica, y el Pacto de los Pinos (1995), que generó una importante reforma política electoral.
La expresión más reciente del consenso fue el Pacto por México, al inicio del actual sexenio. Aquel acuerdo nacional redactado en papel y con fotos mostrando a un Enrique Peña Nieto animado, conjuntamente con los representantes del PRD, Jesús Zambrano, del PAN, Gustavo Madero y del PRI, Cristina Díaz, ante líderes del Congreso, Secretarios y Gobernadores. El presidente de México resumía así el espíritu de aquel encuentro: “En esta hora decisiva de la vida de la República se requiere que los políticos hagamos de las coincidencias la base para alcanzar los acuerdos esenciales. Se necesita que la pluralidad y la diferencia de visiones, en lugar de ser obstáculo, permitan el ascenso de México…”.
A punto de cumplirse cuatro años de aquella firma en el Castillo de Chapultepec (2 de diciembre, 2012), aquel Pacto centrado en los principales desafíos de la nación -derechos y libertades, crecimiento económico, seguridad y justicia, combate a la corrupción y gobernabilidad democrática- dejó algunas semillas representadas en las reformas educativa, financiera, energética, electoral y de telecomunicaciones, entre otras planeaciones estructurales, cuyas bases quedaron sentadas antes de que el PRD decidiera retirarse del Pacto a finales de 2013.
En la incertidumbre del brumoso panorama nacional y global, el Pacto por México ya no existe, pero se le extraña mucho. Sintomática es la muy reciente declaración del empresario Emilio Azcárraga, presidente de Televisa, quien afirma que en el México democrático, “el presidente Peña ha sido el único hombre de Estado que ha logrado reunir a la oposición para sacar adelante las trascendentales reformas estructurales que están transformando al país”.
MÉXICO EN DESCENSO
Siendo los Pactos enunciados políticamente abstractos, ¿es posible sostener que la mera voluntad política ofrece ejecución viable respecto de su verdad o falsedad? La relevancia de las reformas emprendidas es innegable, pero su implementación ha resultado engorrosa, con pocos avances y muchísimas divisiones y diferencias insuperables.
La ejecución de reformas sin consenso, es ignorar las grandes lecciones. Los Pactos son sabiduría colectiva para el bienestar general, no instrumentos de privilegios temporales. Es lamentable que la clase política actual acreciente las vulnerabilidades de México anteponiendo falsos pragmatismos.
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