Asamblea del PRI, tambores de guerra

Adaptando una frase de Santos Juliá se dice que algo huele a viejo y gastado en el actual enfrentamiento entre los aspirantes que desean erigirse como candidato del PRI en la elección presidencial 2018 -la más reñida en la historia moderna de México-. Oficialmente el proceso comenzará el 8 de septiembre, pero este partido ya mide fuerzas entre sus estrategas, quienes se lanzan sus mejores golpes.

El PRI luce partido, fragmentado, dividido, roto… En su inminente XXII Asamblea Nacional se librará una primera batalla entre las corrientes internas que buscan mantener candados para frenar a algunos aspirantes -con nombre y apellido-, frente aquellas que quieren abrir la competencia, según dicen, con “piso parejo”.

¿Dedazo presidencial, cargada de gobernadores, intimidación política o simulada restauración? Estos poderosísimos intereses priístas saltan a la vista y parecen haber olvidado su histórica derrota del año 2000 protagonizada por los entonces contendientes, Roberto Madrazo y Francisco Labastida. Los entonces celadores en aquella terrible XVII Asamblea del PRI fueron José Murat, César Augusto Santiago, Manlio Fabio Beltrones, Ricardo Monreal, Víctor Cervera Pacheco y Ulises Ruiz.

Después de doce años como oposición y de regreso en el poder, el PRI retoma nuevamente estrategias para restarle poder al actual presidente impidiéndole operar su sucesión. Aunque el contexto de 1996 era distinto -hoy tenemos reformas aprobadas, al INE, organizaciones ciudadanas, redes sociales y a un presidente formado con férrea tradición partidista, la idea de imponer candados subsiste en los mismos grupos. Ahí están Ivonne Ortega, sobrina de Víctor Cervera; Democracia Interna de Ulises Ruiz; Corriente Alternativa de César Augusto Santiago; Beltrones y Labastida, además de la influencia política de José Calzada, Claudia Ruiz Massieu y Eruviel Ávila.

Pero el arte de fintar, confundir y distraer al enemigo también es maniobrado por Miguel Ángel Osorio, Luis Videgaray, Emilio Gamboa y Enrique Ochoa, ante la mirada de quienes sí quedarían imposibilitados de contender -de mantenerse los candados-, entre ellos dos hombres fuertes del peñismo, José Antonio Meade y Aurelio Nuño. Sin olvidar al espontáneo Enrique de la Madrid y a otros que aseguran podrían ser aceptados por todas las corrientes como José Narro y José Calzada.

PODER IRREVERENTE

El destino del PRI, su raza de tradición política, las urgentes negociaciones de impunidad e inmunidad personales, la continuidad del proyecto de Enrique Peña Nieto o el alto riesgo de perder al partido, constituyen un complejo sistema de desinformaciones y profunda decadencia digno de tomar en serio, pues la pérdida de adhesiones y el surgimiento de deslealtades son una realidad. Solo abundan banales creencias, pero ninguna ideología inspiradora.

El lenguaje del actual poder priísta permea ilusiones -en todas y en todos- de creerse con capacidad para lograr que los otros hagan incondicionalmente lo que uno quiere, sin considerar que ese mismo poder hoy es irreverente. Los acuerdos del PRI exigen mucho más que pragmatismos, tradiciones internas, gestos simbólicos y maniobras protocolarias; sus expresiones de ficción están provocando que ningún aspirante se sienta seguro y que los grupos deban vorazmente enfrentarse en una XXII Asamblea que podría convertirse en “una jaula de todos los demonios”.


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