La ciudad de México enfrenta un enorme compromiso histórico con sus antepasados, quienes se establecieron en una zona geográfica privilegiada atendiendo a inmejorables condiciones ambientales, como fue la riqueza natural lacustre. Humedales y chinampas que distinguieron a Xochimilco y a Tláhuac desde la época precolonial y hasta hace varios años.
Pero esos lugares hoy están en peligro de extinción por la incontrolable contaminación de canales acuíferos y cambios en el uso del suelo.
Por zona lacustre nos referimos al último reducto de canales de agua y su vegetación en lo que queda de aquellos lagos admirados por los españoles durante la conquista.
La urbanización está cambiando la vocación de la tierra debido a la alta salinidad de las descargas domésticas, volviendo improductivo el suelo chinampero o porción de tierra rodeada de canales. Se estima que en Xochimilco y Tláhuac existen 40,000 chinampas, pero más de la mitad está convertida en zona de viviendas, bodegas, canchas de futbol rápido, espacios para fiestas, basureros o baldíos.
Es terrible el impacto por la pérdida irreparable de zonas ambientales. El ecocidio se agrava por las aguas residuales descargadas a los canales de la zona chinampera. San Gregorio Atlapulco y San Luis Tlaxialtemalco, en Xochimilco, cuyos territorios colindan con la zona turística, tampoco escapan a esta creciente contaminación.
Por fortuna se ha iniciado un censo de chinampas para conocer sus condiciones reales y la magnitud de sus daños. La superficie del suelo de conservación de Xochimilco es de 3,866 hectáreas y en Tláhuac alcanza 3,558 hectáreas. Ésta es la enorme dimensión del rescate y limpieza necesaria.
El Gobierno del Distrito Federal promovió en Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta la creación de la Zona Patrimonial Mundial Natural y Cultural de la Humanidad, atendida por el antropólogo Gustavo Cabrera, quien intenta impulsar estrategias sociales, culturales, económicas y ambientales para superar el problema.
Incluso, las autoridades han solicitado apoyo del Programa Universitario de Medio Ambiente y del Instituto de Biología de la UNAM, para desarrollar estudios de biodiversidad y calidad del agua de la región.
Estos diagnósticos medirán el severo impacto ambiental para estimar costos y tiempos de restauración de la zona lacustre. De diseñar hoy un plan maestro de conservación, se requerirán por lo menos 10 años de enorme trabajo sistemático.
Rescate: última llamada
Urge implementar modelos de inversión y un plan integral para que las chinampas no cambien su uso de suelo. Al parecer, se proyecta instaurar un fondo en favor del suelo chinampero para que la tierra no se abandone ni se venda o rente, sino se cultive o mantenga como área verde, pagándole una contraprestación económica al propietario por concepto de servicios ambientales.
El titánico rescate necesita nuevos marcos normativos y una efectiva cultura de la legalidad que garanticen el cumplimiento de leyes diversas para proteger estas zonas de altísimo valor histórico, ambiental, turístico, alimentario y cultural para la sustentabilidad de la ciudad.
Seguir perdiendo tierra captadora de agua de lluvia, impidiendo su sana filtración al subsuelo, no es opción. Confiemos en el Gabinete de Desarrollo Rural, Ambiental y Económico del Distrito Federal para lograr el rescate.
Carlos Requena
Derecho Reservado – El Economista
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