Más allá de los esquemas tradicionales de gobernabilidad, en que el gobierno “gobierna a la gente”, en los novedosos modelos de gobernanza el gobierno “gobierna con la gente, colaborativamente”.
Los resultados electorales de la votación del pasado 7 de junio generaron múltiples interpretaciones y sorpresas en toda la geografía nacional, y pueden ser el inicio de una nueva relación entre la ciudadanía, los partidos políticos, los representantes populares y las autoridades gubernamentales para enfrentar los complejos retos que impone el presente y los que se vislumbran en el futuro inmediato de México.
Las nuevas reglas de la contienda política, adoptadas el año pasado (2014), aparentemente dan mayor certeza al régimen de gobierno, entre éstas la posibilidad de reelección legislativa y municipal; la conformación del Instituto Nacional Electoral (INE) y la transformación de los institutos electorales locales; el nuevo régimen de partidos políticos, su permanencia y líneas de acción con base en la Ley General de Partidos Políticos; la fiscalización y las sanciones por exceder el tope de gastos de campaña; la nueva comunicación política, particularmente para contratar tiempo-aire en los medios de comunicación, y finalmente, pero no por eso menos importante, los instrumentos de participación ciudadana, entre los que destaca la consulta popular. Todas estas reglas aparentan ser avances, pero con efectos todavía muy limitados para la consolidación de la incipiente democracia mexicana.
Cualquier cambio de reglas debe estar acompañado por un compromiso más profundo, no sólo en la concepción de la política, el gobierno y la gobernabilidad, sino concretamente en las acciones congruentes para lograr una auténtica gobernanza, es decir, lograr que el gobierno “gobierne colaborativamente con la sociedad”, y no simplemente que “gobierne a la sociedad”.
Es necesario, por tanto, impulsar la participación colaborativa de nuevos y distintos actores en la toma de decisiones, y el seguimiento y evaluación de asuntos de interés público. La gobernanza implica adoptar las mejores prácticas ciudadanas para monitorear, dar seguimiento y evaluar políticas públicas.
Más allá de los esquemas tradicionales de gobernabilidad, en que el gobierno “gobierna a la gente”, en los novedosos modelos de gobernanza el gobierno “gobierna con la gente, colaborativamente”.
Este concepto de gobernanza en la dimensión nacional nos permite visualizar un nuevo modelo democrático con la participación organizada de más actores y ciudadanos. Esta exigencia ciudadana de mejores espacios de expresión y participación justifican fenómenos como las candidaturas independientes, el rechazo a muchos partidos políticos y el voto de castigo contra administraciones deshonestas que no cumplen con las expectativas de desarrollo en favor de la gente.
Hoy, la gobernanza es la posibilidad para generar capital social y establecer mecanismos mediante los cuales los ciudadanos articulen sus intereses, ejerzan sus derechos, cumplan sus obligaciones y resuelvan sus diferencias. Para ello, los gobiernos elegidos deben mantener una relación colaborativa apoyados más en una horizontalidad política, y menos en una verticalidad tradicional.
No se trata, de ninguna manera, de que la sociedad supla las funciones y atribuciones propias del gobierno, sino de implementar esquemas de colaboración en los asuntos de interés común, máxime que, tarde o temprano, los miembros de la clase política dejarán el poder y volverán a su rol de ciudadanos, respirando el mismo aire que los demás, conviviendo con el mismo ambiente natural y viviendo en la misma ciudad o planeta urgidos de sustentabilidad global efectiva.
La gobernanza del día a día se encuentra no sólo a nivel país, sino de forma preferencial en las ciudades, donde se abren espacios a las nuevas ideas de actores sociales, cuya experiencia y conocimiento del territorio permite aportar propuestas más claras y con mayor valor compartido.
Los esquemas de las ciudades más importantes del país reflejan mejor la dinámica de estos actores sociales que conviven con gobernantes electos por la vía democrática, obligando a estos últimos a responder directamente a la gente en forma más directa y transparente, so pena de ser criticados y desprestigiados, más allá de las poderosas redes sociales que no distinguen fronteras.
Los líderes ciudadanos y los representantes de las organizaciones de la sociedad civil organizada dejan de ser simples gestores ante el gobierno, y adquieren nuevas responsabilidades de participación en las decisiones de las ciudades conforme al principio esencial de la gobernanza colaborativa. Esta nueva relación entre sociedad-ciudad-gobierno es propicia para ejecutar acciones con valor compartido y, por lo tanto, valor recíproco.
Ahí está el reto de esta nueva forma de gobernar: en la construcción de redes efectivas de colaboración que ayuden a los gobiernos de las principales ciudades en la definición de los problemas prioritarios y más urgentes que pueden ser resueltos a escala social. Es decir, nuevas formas de enfrentar los problemas y disolver cualquier impacto social, de determinar los instrumentos y métodos para evaluar las decisiones públicas en un periodo limitado y con recursos limitados. Esa mirada colaborativa es la estrategia central para el desarrollo regional, desde las ciudades.
El politólogo Benjamin Barber sostiene que el futuro del mundo, en términos de decisión política, reside en los alcaldes o jefes de gobierno, quienes deben propiciar que las personas colaboren en los diversos procesos para identificar y satisfacer sus necesidades concretas, para encontrar –junto con la ciudadanía– las mejores prácticas o soluciones a los problemas concretos.
Los alcaldes son muy distintos de los presidentes y primeros ministros, quienes ocupan los extremos opuestos del espectro político. Para ser presidente o primer ministro se requiere saber cómo funcionan las cosas con una visión integral-general, y tener capacidades de liderazgo a escala nacional. Sin embargo, los alcaldes deben ser pragmáticos sociales y dominar el management focalizado para solucionar problemas concretos y hacer que las cosas funcionen. Es decir, para hacer vivencial el ejercicio de gobierno a nivel local, colonia por colonia.
Los resultados en las urnas de la pasada elección intermedia en México sentaron bases para definir el futuro inmediato del país, al demostrar que las formas de gobernar están cambiando y que la gente está tomando conciencia de ello.
Así, la gobernanza se erige como el mejor modelo de comunicación política dentro de las ciudades, considerando la evolución y tendencias de la administración y políticas públicas concretas, la influencia de los liderazgos, la definición de los grupos de interés, el análisis y segmentación colaborativa de tales grupos de interés, la gestión pública necesaria y los elementos para la toma de decisiones, conformando planes de acción y evaluación pública.
Si para el filósofo Aristóteles el hombre es un animal político, para Barber somos animales urbanos. Los Estados-nación son incapaces de gobernar al mundo globalizado y no responden a retos globales como el cambio climático, entre otros muchos importantes temas. Es momento de que los alcaldes o jefes de gobierno gobiernen el mundo a partir de un nuevo orden de desarrollo que considere la realidad social, aunque, de hecho, ya lo hacen a escala local desde las ciudades. En México abundan ejemplos interurbanos, transfronterizos y redes de ciudades trabajando en temas de cambio climático, seguridad, agua, inmigración, basura y movilidad, por mencionar sólo algunos.
Desde el siglo XIX se afirma que sólo quien conoce el derecho vigente, la realidad social imperante y la verdadera estructura política, comprendiendo y prestando atención a la relación entre éstas, puede atreverse a mostrar el camino para la futura legislación y el verdadero ejercicio del poder público (nosotros añadimos) y el camino para la gobernanza efectiva.
Fuente: Forbes México – Lee aquí el artículo original