Acostumbrados a la violencia

 Los habitantes de México estamos preocupados por la violencia y sus terribles efectos, pero sólo unos cuantos están ocupados en erradicarla.

Son innumerables las formas en que este lastimoso fenómeno se manifiesta, pero nos hemos acostumbrado a él, sabedores de que todo lo daña, lo cubre, lo contamina y se imita irreflexivamente.

La violencia es una de las expresiones más usadas en la comunicación.

Vivimos con ella cotidianamente y de manera contradictoria: por un lado, es una constante en la televisión, el cine, las caricaturas, los videojuegos y hasta en la Internet; por otro, buscamos combatirla por todas las formas posibles como el mayor de los males.

Tal parece que la vida es una lucha constante, y la violencia, legítima o no, un medio para vencer a los contrincantes. Ejemplos: Michoacán, Guerrero y otras muchas zonas del país que sufren una violencia grave, cotidiana, ruidosa, insultante, rotunda y generalizada.

Efectos 360° de la violencia

Actualmente, millones de jóvenes viven en situaciones de alta y muy alta vulnerabilidad (aquéllos que ni estudian ni trabajan), además de aquellos otros que, supuestamente, deberían encontrarse más “seguros” por la gran oportunidad que tienen de asistir a la escuela primaria, secundaria, bachilleratos y equivalentes. Pero nótese que de cada 100 alumnos que ingresan a primaria, sólo 21 terminan la educación media superior. Los datos arrojados por la Encuesta de Violencia, Tolerancia y Exclusión del 2013 son muy preocupantes.

La consabida incongruencia y doble moral de la educación en México han empezado a revelar un creciente entorno escolar agresivo, generador de severos problemas psicoemocionales en los estudiantes, provocando bajo rendimiento académico, ausentismo (que afecta a 30% de quienes han sufrido agresiones), deserción escolar y el fenómeno del “callejerismo”.

El 38% de los jóvenes estudiantes de nivel medio superior en las escuelas públicas y 22% en las escuelas privadas consideran que sus planteles son peligrosos debido a la presencia de pandillas, drogas o posesión de armas. Pero al interior de los planteles “educativos”, 70% de los estudiantes entrevistados manifestó haber sido objeto de violencia física, psicológica o verbal (bullying o acoso escolar).

Atención: esta violencia es sólo el factor más visible de una más grave y compleja problemática, en la que se combinan el consumo de alcohol y drogas desde edades cada vez más tempranas, la deficiente o nula educación sexual y afectiva —y sus consecuencias en el noviazgo-, las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos tempranos, la extensión de trastornos depresivos y el aumento del número de suicidios juveniles.

Es un entorno de altísimo riesgo para nuestros jóvenes, pero los sistemas social, político y ciudadano parecen acostumbrarse a ello. Buscan sólo disolver, no resolver de fondo los conflictos.

Paradójicamente, es la sociedad civil organizada la que ha logrado auténticos modelos de oportunidades para miles de jóvenes dentro y fuera de las escuelas, donde la interrelación entre gobiernos y ciudadanos se convierte en una de las claves más importantes para desplegar una auténtica política de Estado en favor de la juventud.

El desafío para auxiliar y rescatar a la juventud en el siglo XXI es inmenso. Comencemos por no acostumbrarnos a la violencia.