Las manifestaciones y plantones de maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), han desquiciado a la ciudad de México. Muchas son las razones del fenómeno, pero sin duda, entre ellas, destaca la gobernabilidad fallida de muchos estados de la República y del Congreso de la Unión.
Las protestas se desataron con la aprobación de la reforma educativa en el Congreso y se agudizaron en la capital, en medio de las discusiones para deliberar las leyes secundarias correspondientes.
Manifestaciones, plantones y protestas de los cerca de miles de profesores de la CNTE son una expresión de que sus necesidades no han sido escuchadas, no están convencidos de las reformas y, en consecuencia, expresan hartazgo, desesperación e inconformidad en el centro, donde más le duele al Estado.
Por eso estrangularon la semana pasada la capital, colapsando zonas neurálgicas y volviendo locos a cientos de miles de ciudadanos inocentes que no llegamos a tiempo a ningún lado. Lo peor fue la pérdida de cientos de miles de millones de pesos.
Las políticas y medidas emprendidas por los gobiernos del PRI y del PAN para tratar de mejorar la educación -en el pasado- han demostrado ineficiencia, corrupción, contradicciones y alcances insuficientes y exiguos.
Por ejemplo, mientras los panistas quitaron por decreto hace unos años materias como Formación Cívica y Ética, Historia, y redujeron horas de otras como Geografía de los planes de estudio de educación media; ahora se habla de la necesidad de recuperarlas porque fue un error su erradicación.
Hay una incredulidad justificada en los profesores de la CNTE por las experiencias pasadas.
También se habla de un sistema de evaluación generalizado para los mentores, cuando habría que ser muy cuidadosos con las problemáticas regionales y locales de comunidades indígenas, donde educar es un acto heroico.
No se puede aplicar un criterio unitario de evaluación. Indispensable que se les explique en qué consiste.
Más aún cuando los profesores y la población en general hemos sido víctimas de promesas incumplidas, cambios nunca alcanzados, corrupción, ineficiencia, inoperancia, clientelismo y presupuestos insuficientes para cambiar aulas de cartón y asbesto.
Los conflictos no son de la ciudad de México
Llama la atención que la Administración Federal de los Servicios Educativos del DF (AFSEDF) informara que los profesores del Distrito Federal no respondieron al llamado de la CNTE para suspender clases y sumarse a las protestas antireforma educativa. Evidencia de que el problema es federal.
De los más de 2 mil planteles públicos capitalinos solo una decena suspendió labores.
Está claro que la mayoría de los inconformes vienen de Oaxaca, Guerrero y Chiapas, estados con un ostensible atraso social.
El Estado tiene que escuchar y dialogar. Si no se flexibilizan las posturas se radicalizarán las protestas y, en consecuencia, hay riesgo de que se desborden las pasiones.
Mientras deciden cómo gobernar en la nueva era, lo más importante, como bien lo dejó asentado el gobierno de la ciudad, es evitar la violencia, ponderar el diálogo y la tolerancia porque la prioridad de un gobierno democrático es, ante todo, preservar la integridad física de las personas.
Carlos Requena
Derecho Reservado – El Economista
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