En marzo de 1991 una explosión en el complejo Pajaritos de Coatzacoalcos dejó un saldo de cinco personas muertas y más de 2,000 lesionadas. El estallido ocurrió en la planta Clorados III de aquel conjunto petroquímico. Sí, la misma planta de cloruro de vinilo en la que hace menos de dos meses un siniestro similar quitó la vida a 32 trabajadores. Y hay más, la agencia Notiver ha reportado sólo en los últimos tres años seis accidentes graves en estas instalaciones, todos atribuibles a la falta de mantenimiento y a la ignorancia o descuido de los responsables de tales actividades. A todas luces, las lecciones no han sido aprendidas.

Los yerros cuestan mucho y el pago es más doloroso cuando el evento pudo —y debió— ser prevenido. Más allá de los totalmente lamentables daños humanos, las pérdidas materiales suelen ser altísimas. Sólo por citar un ejemplo en el mismo sector energético, la explosión ocurrida en el 2012 en la planta eléctrica de Tractebel obligó a esta empresa a suspender su abasto por alrededor de un año. Uno de sus principales clientes, Vitro, tuvo que buscar un proveedor alterno —la CFE— con un sobrecosto mensual de luz de hasta 4.8 millones de dólares por mes.

Errar es humano, pero la indubitable imperfección de nuestra especie no nos exime de responsabilidades ante la repetición de los mismos errores. El ganador del premio Pulitzer, Joseph T. Hallinan, afirma que si sumáramos los errores que los humanos cometemos todos los días en el mundo, muchos de ellos con consecuencias catastróficas, “veríamos que tienen mucho en común y que, normalmente, hay una causa más general y profunda que provoca que cientos de miles de personas cometan sistemáticamente los mismos errores”.

La historia confirma la inclinación y el apego a los fallos sucesivos. Eliminar el error parece tarea inútil, pero reducir su margen no sólo es factible sino deseable y muy conveniente. ¿Por qué no se revisan los errores cometidos con mayor análisis? Generalmente hay obstáculos y la mayoría son construidos por la propia naturaleza humana, autoinfligidos. Hallinan los denomina “trampas de la mente”: la propensión a mirar sin ver (percepción). Las distorsiones de la memoria, las restricciones impuestas y los sesgos imperceptibles son sólo algunas de las celadas o autoengaños que identifica este catedrático de Harvard.

Ante todos estos impedimentos y falsas percepciones, en la actualidad sin una debida identificación de riesgos y su prevención, los errores serán la regla, no la excepción.

Percepción

No se puede heredar una vida sin errores, pero sí con las herramientas para reconocerlos, enmendarlos y corregirlos. Sin embargo, muchos líderes se aferran a falsas percepciones, resultado de su soberbia, egoísmo y prepotencia. No quieren o no saben reconocer sus errores, menos aun, remediarlos o reparar los daños causados.

La negación del error provoca el surgimiento de líderes demagogos que quieren ser vistos como solución, cuando en realidad son, en sí mismos, el problema. Estos supuestos liderazgos deben saber que los países, las sociedades y las empresas no se controlan, se gobiernan. La simple idea de querer controlarlo todo es ya un error.

Leyes para tu Bien ®