Aunque la historia oficialista no quiera reconocerlo, gracias a don Agustín de Iturbide este mes de septiembre, como cada año, recordamos nuestra identidad nacional para festejar la independencia de México. Verdes, blancos y rojos aparecen en su máxima intensidad. Artesanos y cocineras despliegan sus mejores encantos patrios. Sin embargo, este septiembre, atendiendo a las circunstancias del momento, la celebración está llamada a trascender el tradicional grito y jolgorio pasajero.
Envuelto en una dinámica inédita, con fronteras virtualmente cada vez más desvanecidas y, al mismo tiempo, físicamente más fortificadas, México se distingue como un país especial, donde las personas tienen muchísimas realidades que lamentar pero también más razones de auténtico festejo.
Mexicanas y mexicanos enfrentan inmerecidos riesgos por violencia e inseguridad, agravados por altos costos de impunidad. Más de 50 millones padecen pobreza y es una dolorosa realidad que los mexicanos son el grupo de migrantes más numeroso del mundo (según Fundación BBVA), con 12 millones que representan 5.6% de la población global que busca mejores destinos fuera de su país de origen. La abrumadora mayoría de esta cifra, más de 11 millones, vive en Estados Unidos trabajando de sol a sol, sin ver a su familia, sin participar en decisiones ni tradiciones y, por si no fuera suficiente, soportando maltratos, agravios y difamaciones. En ese territorio estadounidense el cual perteneció a México pero que luego de la provocación del presidente James K. Polk (1845) terminó cedido por un tratado y una ridícula compensación.
Hoy lo importante es que nada ni nadie nos puede arrebatar los motivos para confirmar el orgullo de ser mexicanos y latinos —en unión con nuestros hermanos de Centro y Sudamérica—, constituyendo una fuerza incontenible. Como valientemente refirió el actor Antonio Banderas en la gala de los Premios Platino de Cine Iberoamericano, “pese al interés insano y absolutamente reprochable a Donald Trump por patearnos el trasero, en el que se reúnen un crisol de comunidades que hablan la lengua cervantina y que no sólo enriquecen la vida cultural del país sino que aportan valores apoyados en su propia dignidad, en el trabajo duro, el sacrificio y el poderoso regusto de sentirse unidos contra nadie”.
Mañana el grito de independencia será un clamor no por México, sino por las mexicanas y mexicanos honestos, trabajadores, serviciales, optimistas y solidarios; grito de una nación todavía con riquezas naturales, con una fe inquebrantable, con tradiciones y arte espléndido e incomparable, y con una poderosa lengua que hoy es hablada por más de 500 millones de personas, siendo el segundo idioma de comunicación mundial.
VIVAN LATINOS
En estos momentos en que el nombre de México está tan dañado a nivel nacional e internacional, será solo la gente honesta quien verdaderamente legitimará el grito ensordecedor, como proclama, reivindicación y orgullo por lo mexicano y lo latino. Se escuchará en todo el país y fuera de él para desmentir patrañas. Al fin y al cabo, detrás de tanto vituperio de individuos como Trump sólo puede haber miedo y envidia. ¿Me estás oyendo, Donald?