Uno de los poderes de la Unión, quizá el que había mostrado mayor discreción o más alejamiento de la lupa social, está hoy destinado a ocupar un protagónico lugar en el escenario nacional. En los últimos meses se ha visto a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) marcar ritmos y definir rumbos críticos para México, sabedora de que el concepto de justicia se desvanece rápidamente como valor supremo y, al mismo tiempo, cuando se persiguen cambios de fondo y se anuncian nuevos paradigmas nacionales.
El desempeño de los ministros de la SCJN se ha vuelto contundente de cara a la sociedad. Ahora, cuando el destino del país es incierto, los ministros han dejado de ser meros garantes y guardianes del orden jurídico constitucional para ser protagonistas, algunos implicados, de las disfuncionalidades del propio Estado.
Los conflictos privados y públicos son cada vez más complejos. En el caso de las reformas estructurales, las leyes confunden y se asumen como medio o fin. El desorden social y el ADN corruptor restan validez a cualquier cambio reformista propuesto. Ello justifica, por ejemplo, que a la SCJN hayan llegado partidos políticos opositores, como el PRD y Morena, con la intención de someter la reforma energética a consulta popular; también se acercaron maestros que buscaban ampararse contra la reforma educativa, y el propio presidente, Enrique Peña Nieto, acudió al máximo tribunal constitucional para interponer controversias contra los poderes Ejecutivo y Legislativo de varios estados que se negaban a armonizar sus leyes locales con la reforma educativa, mientras que la Secretaría de Educación Pública resulta disfuncional. ¿Qué sigue para la SCJN y cuál es su futuro institucional como recinto que tiene la última palabra en los complejos temas o conflictos de México?
MÁS ALLÁ DE LAS PERSONAS
El tribunal supremo decide en forma colegiada; si bien esto depende del voto de sus integrantes, también los trasciende. Los nombramientos recientes de Luis María Aguilar como presidente y Eduardo Medina Mora como ministro deben asumirse en su real dimensión. En el primer caso, la observada elección requirió 32 rondas y, en el segundo, despertó un amplio debate social y un movido quehacer de los senadores. Son nombramientos que influyen y determinan el peso de la poderosa institución judicial.
En la democracia honesta y en la gobernanza, los cambios individuales difícilmente alteran el rumbo y dirección de instituciones sólidas, pero en el caso de México, la tradición es que el peso individual es más influyente que cualquier asomo institucional. Lástima, pues deberían ser las instituciones gubernamentales y la sociedad participativa los verdaderos agentes reformadores para el beneficio efectivo de los habitantes de la nación.
Seguirán los debates nutridos por tensiones provocadas por caprichos y necesidades políticas, por un lado, y por derechos fundamentales o constitucionales, principios éticos y criterios valorativos rectores, por otro. Vivimos una era de distracciones. Una de las más afiladas paradojas es que para mejorar el futuro debemos prestar toda la atención al presente. La flotación a la deriva de hoy puede ser el hundimiento del mañana.
Leyes para tu bien.