Hace 42 años, en mayo de 1973, Jesús Reyes Heroles hablaba ante los jóvenes revolucionarios sobre la fuerza de la política; una de las actividades más nobles, aunque —también— la más manoseada, traicionada y desacreditada de las misiones sociales, para infortunio de México y de los mexicanos.
A pesar del tiempo, aquellas palabras no podrían ser más actuales y precisas en este ocaso del 2015. El politólogo y jurista dijo en aquel entonces que la política significa respeto a la sociedad y a la dignidad moral de quienes la integran; un imperativo ético que “obliga a tener valor para contraer compromisos y valor para cumplirlos”.
Ignoro cuántos de aquellos jóvenes asistentes asimilaron o pudieron aplicar alguna mínima parte de esas ideas. Los hechos comprueban que los políticos son ajenos a la ética. Y es que hoy la acción política no es, como decía Reyes Heroles, una de las actividades de más alta estirpe. Por el contrario, hoy la clase política es sinónimo de abuso, de cinismo e, incluso, de indecencia, lo que explica el absoluto descrédito de los gobiernos, de los partidos políticos, el desinterés ciudadano y, peor aún, el enojo, desconfianza y polarización de buena parte de la sociedad.
Enfadar a los mexicanos no es fácil, pero nuestros políticos ya lo lograron. En la más reciente Encuesta de Confianza en Instituciones 2015 de Consulta Mitofsky, que preside Roy Campos, las 17 instituciones valoradas, sin excepción, fueron a la baja. Los niveles más altos: las universidades (7.3), la iglesia (7.1) y el Ejército (7.0) contrastan con los peores índices de confianza correspondientes a los diputados (5.2) y a los partidos políticos (4.9).
A falta de un sentido de gobernanza efectiva, los políticos creen que pueden ignorar o engañar a la gente y desdeñar sus demandas. Las promesas y compromisos de la época electoral no se reflejan en los hechos cuando el cargo es asumido. Mantienen sus discursos sin contenido y los oídos sordos, siempre en función de su lucha a ultranza por el poder y sus prebendas personalísimas.
Los verdaderos estadistas, hombres de Estado, han sido suplantados por seres de dudosa o nula moral, ambiciosos de sí mismos, redentores populistas, mentirosos profesionales y personajes sin conciencia por el prójimo. Esa clase política cosechará soledad, desdicha, olvido y mausoleos suntuosos.
Esta preocupación llegó a la academia. Recientemente, al anunciar la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas que buscará formar políticos honorables, el doctor José Antonio Lozano Díez, rector general de la Universidad Panamericana-IPADE, enfatizó que la ética es una inversión de largo plazo y completamente rentable. Aseguró que cuando un político hace una carrera limpia, se vuelve ejemplo que trasciende.
Cambio de ADN y de conciencia
Recordemos que detrás del hueso, las palancas, el aplauso fingido o el comentario adulador, se esconde una de las tareas con mayor potencial de bienestar social y servicio al prójimo. Evocando a Reyes Heroles, “si sólo con la política se puede cambiar, transformar, hacer y deshacer, confiemos entonces en la fuerza de la política”. Sí, transformando el ADN de los políticos.
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