El poder cambia de forma y de manos. Cada vez es menos manejable y mucho más efímero; no se queda fijo en un lugar y no permanece en una persona o grupo: el poder es vulnerable en sí mismo. El Estado ya no soy yo, diría Luis XIV si volviera hoy a Francia, y Mario Vargas Llosa seguramente ya no reconocería la dictadura perfecta en México.
Como lo describe Moisés Naím en El fin del poder, los micropoderes se imponen a los actores dominantes tradicionales. Nuevos participantes aparentemente con menos fuerza pero con mucha mayor visión desafían a los protagonistas habituales que en algún momento fueron invencibles.
Hoy, las ideas simples pero acordes a la nueva lógica llegan lejos. Están construyendo nuevos poderes y nuevos poderosos. En lo empresarial, casos como Mark Zuckerbeg, creador de Facebook, Evan Spiegel y Bobby Murphy, de Snapchat, Garret Camp, de Uber o Brian Chesky de Airb&b, quienes además de amasar fortunas han extendido su influencia en el mundo; y lo hicieron casi sin activos ni inversiones, con solo una buena idea emprendedora. Por el contrario, otrora gigantescos corporativos, olvidados o en proceso de supervivencia como Kodak, Blockbuster y Polaroid, no anticiparon las nuevas pautas del poder.
Las redes sociales muestran su poderosa influencia para desatar revoluciones, levantar y derribar reputaciones, ganar elecciones y detonar activismos. En la política, el fin del poder que nos era familiar explica los reveses sufridos por las encuestadoras lo mismo que los repentinos y radicales transformaciones como brexit, el no a la paz en Colombia, el ascenso de Podemos en España o el triunfo de Trump en EU.
En México hemos atestiguado una reciente alternancia en la presidencia, un gobernador emanado de la fórmula independiente producto de las redes sociales; elecciones de pronóstico reservado, participación activa en cargos públicos de nueve partidos políticos nacionales y ciudadanos llenos de hartazgos a un año y medio de la próxima elección presidencial 2018.
Las inciertas y efímeras facetas del poder sorprendieron el año pasado al PRI con una severa derrota y al PAN con un “triunfo histórico” (así lo llamó Ricardo Anaya) que le dio siete nuevas gubernaturas, tres en alianzas con el PRD, su opuesto extremo en el espectro ideológico nacional.
Las más disímbolas alianzas y coaliciones de partidos ya no sorprenden, el problema es que el poder se sigue disputando bajo la óptica del viejo esquema político, sin ofrecer las respuestas que la sociedad espera. Como señala Liébano Sáenz en Los nuevos términos del poder, “son tiempos de los antisistémicos, a manera de aludir al potencial disruptivo que existe en la política. También son tiempos difíciles para los partidos gobernantes y, desde luego, para la moderación y el ejercicio responsable del poder”.
TODO VS. EL SISTEMA
Como se vio en Estados Unidos, si un candidato atina a decir lo que otros quieren escuchar, las propuestas pueden pasar a segundo término porque hoy el poder debilitado encuentra buen tránsito en los caminos del antiestablishment. Como dice Moisés Naím, el fin del poder está remodelando nuestro mundo.
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