Sin parpadear, los ojos del mundo están fijos en las filosas precampañas electorales en Estados Unidos, donde los poderosos aspirantes a la Casa Blanca han optado por dedicar a México parte de su atención.

El media show de Donald Trump se ha construido sobre incitaciones al odio contra musulmanes, afroamericanos, mujeres y migrantes, pero, sobre todo, contra mexicanos. México es tema en sus discursos como fósforo que enciende ánimos y reacciones de repudio o apoyo incondicional, con la intención de polarizar. Por el flanco demócrata, México ha sido argumento para rebatir al incendiario candidato republicano y ganar apoyos en el creciente sector hispano. Recientemente, Hillary Clinton, puntera del partido en el gobierno, volvió a incorporar a su campaña importantes aspectos de nuestro país sobre violaciones a los derechos humanos, un tema que no tiene desperdicio político, pues lo mismo toca las heridas incurables de Ayotzinapa que las de Tlatlaya, las de la guerra del narcotráfico o aquellas indelebles por actos de tortura, en referencia al reciente video viral en el que militares y policías federales mexicanos martirizaron a un mujer en Ajuchitlán, Guerrero, que dio lugar a la inédita disculpa pública de un secretario de la Defensa Nacional por ser un caso de total abuso y violencia.

Cuando respondía a las preguntas de León Krauze para la cadena Univisión, la exsecretaria de Estado norteamericana destacó su interés por encontrar la forma más efectiva para controlar la anarquía, el crimen y el narcotráfico en México: “no creo que violando los derechos humanos de las personas sea la mejor manera de llevar al país a derrotar a los grupos delictivos”.

Pareció hablar sin dedo acusador, seguramente porque su experiencia política y su memoria le advirtieron que las torturas de autoridades de su país en Guantánamo, de militares en Irak y policías que cazan afroamericanos y latinos en las calles, no le permiten tirar —expresamente— la primera piedra. Manifestó su deseo de que México avance más rápido para detener prácticas abusivas y establecer altos estándares de actuación a policías y militares. El combate al crimen organizado no puede hipotecar ni socavar los derechos de las personas.

Trump discute mediante hígado, prejuicios y descalificaciones. Pero Clinton ofrece otra visión y coincide más con el cambio de paradigma, ése que se vio obligado el presidente Enrique Peña Nieto a adoptar en la sesión especial de la ONU sobre las drogas, al indicar que ante el fracaso del prohibicionismo, este tema debe enfrentarse desde la perspectiva de los derechos humanos, como mejora de fondo que “implica modificar el enfoque eminentemente sancionador, para ubicar a las personas, sus derechos y su dignidad —no a las sustancias ni a los procesos judiciales— en el centro de nuestros esfuerzos”.

DISCURSOS SORDOS

Tengamos cuidado de calificar de extravagante todo lo que sobrepasa nuestro entendimiento. Sin necesidad de campañas extranjeras ni de GIEI(s), es momento de que los derechos humanos sustenten toda actuación y política pública en México. Los ojos del mundo, puestos en nuestro país, saben distinguir entre simulación política y convicción nacional.