Si Luis Buñuel hubiera conocido la terrible historia de los niños migrantes, habría tenido un argumento más agrio para su obra fílmica (Los olvidados), considerada Memoria del Mundo por la UNESCO. Durante años, cientos de miles de niñas, niños y adolescentes originarios de México y Centroamérica han pagado un altísimo precio de sufrimiento, abuso y hasta muerte por alcanzar la frontera del río Bravo. Muchos sólo quieren reunirse con sus padres, otros viajan en el lomo de un tren, enferman, padecen hambre y duermen en la calle para huir de carencias y desesperanza. Todos tienen en común ser víctimas de sociedades y estados indiferentes e ineficaces.
La Patrulla Fronteriza estima que este 2014 podría triplicarse el número de niños que, solos, cruzan la frontera (66,000). Repartiendo culpas y olvidando las facilidades que ofrece en su frontera sur, México reconoce que las detenciones o aseguramientos de menores centroamericanos (9,622) casi han igualado a las del 2013 (9,724), sin contar los miles de niños y adolescentes mexicanos que sufren la misma desdicha.
Es hasta ahora que el país más poderoso del mundo reconoce que existe una crisis humanitaria y ¿de qué sirve? Mientras el gobierno de Barack Obama pide a las familias centroamericanas que detengan la salida de menores y las autoridades mexicanas intentan misiones diplomáticas, en el Congreso estadounidense se ha declarado muerta la reforma migratoria. En estados de la Unión Americana, como Nuevo México, se proyectan nuevos centros de detención y Estados Unidos sigue siendo uno de los únicos tres países sin ratificar la Convención sobre los Derechos de los Niños donde se establece, entre otros compromisos, que los estados lucharán contra los traslados ilícitos de niños al extranjero y su retención ilícita, así como la adopción de medidas legislativas, administrativas y sociales para proteger a los infantes de abusos físicos y mentales.
En el mundo real, ¿qué o quién protege a los menores migrantes? Con excepción de los muy limitados esfuerzos de algunas autoridades, organizaciones religiosas y civiles, no se vislumbran en el horizonte leyes, ni políticas públicas, ni acciones coordinadas para defender a este vulnerable sector, víctima de abusos de traficantes, criminales y autoridades prepotentes. La niñez migrante no pidió este destino y tampoco lo merece.
DÉCADA DE HARTAZGO
Millones de voces, una espera de 10 años… y la respuesta aún es casi imperceptible. En el 2004, en estas fechas, hizo historia el clamor de más de 200,000 mujeres y hombres que, por hartazgo y vestidos de blanco, tomaron las principales calles del país y el Zócalo de la ciudad de México ante un Estado mexicano considerado fallido e inseguro.
México Unido Contra la Delincuencia ratifica el largo camino por recorrer. No se han recuperado los valores ni las libertades más sagradas de los habitantes de la nación. La paz y el orden social justo no son cosa del presente. Sólo quien conoce la realidad social imperante y la verdadera estructura política podrá atreverse a perder la esperanza. ¿Quiénes se darán por vencidos? La derrota aquí no cabe.