La semana pasada se cumplieron 138 años del nacimiento del científico más célebre del siglo XX: Albert Einstein. Entre los postulados de este físico revolucionario está su denominada teoría de la relatividad, que básicamente sostiene que el tiempo –lo mismo que el espacio– no es absoluto. Sin ir muy lejos tratando de entender, la reflexión es aún más contundente a la luz de la realidad cotidiana: el tiempo es implacable y nunca retornable.
Todas las acciones del ser humano, buenas, malas, provechosas, inútiles, dolorosas o placenteras tienen “al tiempo” como denominador común. Nada puede ser hecho, ni siquiera pensado, con el reloj o el cronómetro detenido. Hasta para nacer y morir se requiere un instante.
El lenguaje del tiempo admite lo mismo al segundo que al milenio. La construcción de la muralla china tomó más de 2,000 años pero, en ese mismo país, a Usain Bolt, el hombre más veloz del mundo, le tomó una centésima de segundo hacer la diferencia para ganar el Mundial de Atletismo de Beijing 2015. Un día en Venus es más de un año en la Tierra. En el siglo XIX, una carta tardaba meses en unir al remitente con su destinatario, pero hoy existen más de 3 mil millones de personas simultáneamente conectadas por internet (2016 Internet Trends, KPCB).
El tiempo es estudiado por físicos, matemáticos y filósofos, pero muchos de sus hallazgos solo nos confunden más. El neurocientífico David Eagleman, director del Laboratory for Percepction and Action, afirma que nunca vivimos el presente pues nuestra percepción consciente tiene un retraso de al menos 80 milisegundos. Así de ambiguo es el tiempo: tan exacto como el momento en que nacemos y tan abstracto como la medida del futuro o la eternidad.
Tenemos un tiempo y muchos tiempos a la vez. Los de guerra y paz, los tiempos de Dios, los buenos y malos tiempos, los de veda y pescar, los tiempos electorales y los de guardar, los de vivir, dormir y morir. En el tiempo en familia nos preguntarnos: ¿en qué instante crecieron nuestros hijos? ¿A qué hora decidieron ser adultos? En política, los tiempos se mueven rápido o lento según las circunstancias: nuestros gobernantes o aspirantes a Presidente miden y calculan el instante preciso para hablar, actuar, atacar y legislar; algunos invierten casi toda su vida para aspirar al poder y otros deben su éxito al solo hecho de haber llegado a la escena en el momento correcto, con el compadre o amigo correcto.
COMPRENDER EL TIEMPO
Nadie escapa del tiempo, es el mismo para todos, pero hacer las cosas “antes de tiempo”, “después de tiempo” o simplemente “a tiempo” depende de cada uno. Programar el reloj a la velocidad y forma adecuadas definirá la calidad de nuestra existencia, sabedores de que el arrepentimiento post-racional siempre está al acecho.
Cuánta razón tenía el célebre escritor español Baltasar Gracián al decir que todo lo que realmente nos pertenece es el tiempo; “incluso el que no tiene nada más, lo posee”. Y sabios como Benjamin Franklin han reconocido que siendo nuestro bien más caro, “la pérdida de tiempo es el mayor de los derroches”.
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